#36
Bienvenides a todes a esta nueva entrega de nuestra libretilla, hogar de reseñas con sentimiento. En este número contamos con una firma invitada, Irene Martínez Marín, que nos ha preparado un texto sobre Agua y jabón, ensayo sobre la elegancia como valor, de Marta D. Riezu. También escribe Rosa Reinoso sobre Horrorstör y el terror de los no-lugares, de Grady Hendrix, y Victoria Mallorga nos regala un texto sobre With Teeth, alienaciones y maternidades queer, de Kristen Arnett.
Esperamos que os gusten. Buscad un poquito de sombra, agarrad un polo del sabor de vuestra elección, y que os sea leve este miércoles solastálgico de finales de julio.
Logos: Ishara Solís Rodríguez.
Hay un tipo de terror muy concreto que provocan los espacios comerciales desiertos. En un espacio que no está pensado para estar vacío, los zumbidos de los fluorescentes, los ruidos de la ventilación y las cañerías tras la pared generan inquietud. La decoración homogénea, repetitiva, provoca la sensación de estar en un decorado sin fin, y de que detrás del cartón piedra hay alguna cosa terrible, mirándonos atentamente.
Esta es la idea de la que se alimentan unas quinientas mil historias para no dormir en internet, y también sirve de punto de partida de Horrorstör de Grady Hendrix. Una noche, después del horario comercial, tres de sus empleados se encierran en un Orsk, una especie de Ikea de imitación ubicado en pleno Rust Belt americano, una de las áreas más deprimidas de EEUU. Su intención es descubrir quién está provocando destrozos en las existencias y las instalaciones antes de que los incidentes causen el cierre de la tienda y ellos pierdan su trabajo.
Es una combinación interesante, y en un primer momento funciona: un espacio artificial, aséptico, diseñado para controlar tus movimientos y vigilado constantemente, y el tipo de historia que sabes que va a acabar con las vísceras de alguien derramadas por el suelo. El foco en las puertas y ventanas que no dan a ningún lugar, y el uso puntual de un lenguaje corporativo que suena igual de falso que estas, colaboran inicialmente muy bien con la historia y el espacio para generar ansiedad. Muy al principio, dos personajes empiezan a seguir el recorrido dirigido de la tienda, y se hallan incapaces de encontrar el final en un momento bastante agobiante. El efecto se ve arruinado inmediatamente cuando aparece la primera rata.
Mi problema con Horrorstör es que la idea es buena, pero rechaza usar un lugar intrínsecamente terrorífico como algo más que un simple decorado. Pasada la introducción del escenario, se detalla con bastante mejor efecto el dolor físico, los dientes y uñas perdidos o el hedor de la muerte que la sensación de terror que provoca verse atrapado por siempre en un lugar terrible sin saber por qué.
Y pienso, si al menos hubiese quedado la sorpresa de descubrir qué es lo que esconden las puertas falsas, de saber qué o quién es la cosa que acecha en la oscuridad y qué quiere de sus víctimas. Pero la novela desecha también esa intriga revelando los misterios del Orsk encantado desde un buen principio, y la sigue desechando en cada oportunidad que tiene hasta el final. Incluso la propia historia es consciente de ello. Cuando la final girl encuentra una prueba que confirma todas las historias de fantasmas que se cuentan sobre el lugar, el personaje piensa algo así como que toda esa era información que ya tenía. Un momento de catarsis se ha convertido en un innecesario apunte a pie de página.
Todos los pequeños cambios que ocurren después, que deberían ir convirtiendo la sala de exposiciones en un circo de los horrores de tres pistas, como los muebles descritos en el falso catálogo que encabeza cada capítulo y sus usos cada vez más siniestros, son un desperdicio porque ocurren demasiado tarde. Ya hemos atravesado el decorado y lo que hemos visto allí es, por supuesto, mucho peor.
La idea de que un trabajo inane de cara al público para una empresa a la que no le importa tu seguridad física es igual que un campo de trabajo forzado pierde toda su fuerza si los peores horrores del libro ocurren en un muy real y mugriento campo de trabajo forzado. Ya sabes que no hay nada más, ningún giro de guión, ningún otro horror escondido.
Rosa Reinoso (@ladusvala_). Lleida, 1990. Sus habilidades más destacadas son leer en el tren y dormir en el tren.
«¡Agua y jabón!» contestó Cecil Beaton cuando le preguntaron qué es eso que llamamos elegancia. Yo creo que algo parecido debe pensar mi abuela Antonia cada vez que insiste en la importancia de ir bien peinada y con los zapatos y las orejas bien limpias (sobre todo por la parte de atrás). Y es que la elegancia también es cosa de pobres. Marta D. Riezu ha escrito un libro precioso e inteligente tratando de explicar de qué va eso de ser elegante. Agua y Jabón. Apuntes sobre la elegancia involuntaria es un diario, una colección de objetos y personas, una geografía, una biblia blandita. Lo recupera ahora Anagrama tras agotarse la edición limitada de Terranova.
La elegancia siempre me ha parecido algo muy difícil de definir. Éste es uno de esos conceptos complejos que, como sugería el filósofo Frank Sibley, son a la vez descriptivos y evaluativos. Cuando decimos de alguien que es elegante no sólo le atribuimos una cualidad: también le otorgamos un valor. Valor estético en este caso. Lo elegante en ese sentido se sienta del lado de lo Bello—entendido este último de una manera amplia y generosa. Los trascendentales los pongo siempre en mayúsculas para que no quepa duda que esto va de cosas serias. Hay mucho confundido por ahí que cree que esto de la elegancia, la gracia o el saber estar, son cosas nimias o del club de las pequeñas virtudes. Nada que ver.
La elegancia también tiene mucho de percepción moral. Es saber ofrecer ayuda sin que te lo pidan para así evitar que el otro verbalice la miseria. El elegante puede pasar por pretencioso o altivo, pero eso es simplemente por su preferencia por la palabra justa, el silencio, el reposo y la observación. Un cuello bien tieso para alcanzar a ver lo elevado y lo lejano. El elegante involuntario es el que estudia y cuida tanto sus movimientos como su entorno, pero sin que se note mucho el esfuerzo. Elegante es aquel que ha internalizado el buen hacer. La elegancia, por tanto, es esa alineación perfecta entre aquello que consideramos bueno y verdadero y lo que hacemos. Esa alineación tiene algo de mágico, de casi milagroso: la elegancia analizada con lupa de aumento tiene más que ver con la coherencia que con cosas de mucha pasta. Ojalá este libro se siga leyendo mucho y bien. A pesar de haberse convertido en un objeto de culto tenga en cuenta que este es un libro de mesillas y no de mesas de café.
Irene Martínez Marín (Murcia, 1990). Doctoranda en Filosofía en la Universidad de Uppsala. Uppsala está en Suecia. Tierra de bollitos de canela y de resbalones en el hielo. Bollitos: all-year-round; riesgo de moratones: los primeros cinco meses del año. En Instagram como @irene.martinezmarin.
Este fin de semana me despedí de Boston. Fui a terminar de vaciar mi apartamento y, en realidad, a decir adiós después de haberme marchado intempestivamente a Nueva York a inicios de julio, a ver a mis amigas, a las personas que son lo que me hace amar un lugar. Amo Boston, porque amo inmensamente a la gente que trajo a mi vida. Considerando que soy una persona que siembra sus raíces en cuerpos, más que en lugares, es inevitable que la despedida fuese en realidad un deseo de reafirmar mis lazos con la gente que amo. No me disgusta la soledad, es un elemento natural de la existencia, pero creo firmemente en nuestra capacidad de crear comunidad y cultivarla, preservarla a través de rituales como el bottomless brunch o conversaciones eternas en el sofá mientras llega la comida china.
Creo que es esa la razón por la que With Teeth de Kristen Arnett me estremeció tanto. With Teeth narra las dificultades de un matrimonio suburbano. La protagonista, Sammie, está convencida de que su hijo tiene algún problema mental, algo que su esposa desestima. La novela en sí trata múltiples temas: ser lesbiana en los suburbios, un matrimonio en declive, la maternidad y sus ambigüedades, y los trata magistralmente, con una prosa que navega el humor y el drama, pero estremece también con un tinte de horror biológico.
Hay algo titánico (de titán, Cronos, antecesores de los dioses, terrible y ancestral) en la maternidad que Kristen Arnett confronta y delimita en este libro de una manera fascinante. Algo titánico también en la maternidad lésbica en particular: ser madre en un entorno conservador, ser madre de una manera no convencional, ser madre y no tener una comunidad que camine contigo, ser madre y carecer realmente de sabiduría maternal.
Sammie es una madre de mediana edad, lesbiana, en un matrimonio que ya no la hace feliz, en medio de los suburbios. No encaja con las madres heteros, no encaja con sus amigas lesbianas, que ya casi no le hablan desde que dejó la ciudad y a las que poco ve por sus responsabilidades de madre. Se ha dicho mucho de With Teeth, no por nada ha sido un bestseller, pero creo yo que su corazón, el corazón latiente de este libro, es la soledad marica.
Una vez que el matrimonio de Sammie colapsa, se ve forzada a regresar a las redes, a las aplicaciones, a conocer mujeres, a buscar nuevamente a alguien. Y en este tránsito, su soledad es agobiante, su voz de lesbiana suburbana de mediana edad apabullante en su soledad. Es una soledad que muchas veces acaece cuando, dentro de la comunidad, envejeces, tienes hijos, o no tienes ya sexo casual. Y es esa incapacidad de conservar comunidad, de conservar lazos, lo que profundamente me hiela de With Teeth. No porque no lo desees, o porque no intentes, sino por circunstancias casi insoslayables, de mudanzas, de cambios de estilo de vida.
Leer esta novela me sacudió de una manera casi cómica, con una prosa a veces tan oscura, tan incierta, que me forzaba a dejar de leer o llorar. No es precisamente que le tema a la soledad. Soy un ser bastante gregario, es cierto, pero me gusta mucho estar sola, correr sola, experimentar el mundo completamente sola. Hay una diferencia vital entre la soledad nacida de la pérdida de uno mismo y la soledad que es meramente la acción de existir sin otros. Sammie, perdida en su identidad de madre, esposa, frustrada, se ahoga en soledad sin una comunidad a su alcance.
Discutía brevemente con mi compañera de cuarto, días después de leer la novela, sobre cómo ser lesbiana muchas veces te coloca en situaciones de mucha soledad. En un mundo tan concentrado en los hombres, en el afecto hacia ellos, su validación, su supremacía, ser una mujer que ama y prioriza a las mujeres de su vida es casi anatema. With Teeth en cierta manera juega con esta soledad lésbica, esta soledad de mujer que no es capaz de moldearse a la medida del tiempo heterosexual, de tener el hijo perfecto, de tener el matrimonio perfecto, de ser la madre perfecta. Qué solas que estamos a veces, carajo.
En ese sentido, este libro fue catártico y al mismo tiempo un recordatorio personal de lo vital que son los lazos comunitarios, lo importante que es reafirmar en el amor una y otra vez aquellas relaciones que te recuerdan que no caminas sola. Volver a Boston a marcharme en condiciones era necesario; era necesario, en fin, el abrazo, el afecto, el recordatorio esencial de que más allá de todo índice de éxito, tener tales amigos, como decía Yeats, siempre será nuestra gloria.
Victoria Mallorga Hernández (@cielosraros). Lima, 1995. Tauro, trickster, poeta. Ha escrito albión (alastor editores, 2019) y absolución (2020, disponible online), así como otros poemas que pululan por el internet en inglés y español. Es editora de corazón, previamente en palette poetry, redivider y verboser. Muy fan del cheesecake, la poesía del continente americano y las series gays. Primero habla, luego existe.
Os recuerdo que estáis leyendo el trigésimo sexto número de La libretilla,
donde la reseña y el sentir cosas se meten mano.
Os veremos el mes que viene, con otro puñado de textos maravillosos.
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